lunes, 7 de agosto de 2017

Punto y final

Suena en repetición aquella canción que confesaste te nubló los ojos un día y lleva(ba) rompiendo los míos desde que dejaste de pisar el acelerador por atascar el freno a máxima potencia.
Jamás supiste que cuando aun éramos, tus nubes se quedaban a dormir en mi cama para hacerme trizas el corazón pensando todo el daño que te habían hecho, ese que acabaste causando tú.

Dejamos los saludos cordiales para presentarnos con risas hacedoras de pactos ilegales de vendas cegadoras en cuanto tomaron contacto con mis pupilas ya desgastadas y rotas de tanto gilipollas. Todas en mi contra.

Vi besos donde tú dejabas avisos de bomba. Nucleares, te di el maldito poder de arrasar con todo.
Te faltaron segundos para apretar el botón.

Recorrimos carreteras, hicimos kilómetros, me pusiste todos los semáforos hasta mis metas en rojo. Cortaste las calles y pusiste señales de stop en cada esquina por si acaso veía alguna salida. Y me culpaste por el coste de gasolina y el exceso de ganas mientras mi voz repetía un "lo siento" constante. 

Fuiste la duda de una historia que yo afirmaba. Fuiste sólo la sala de lucha, yo espada y escudo, sola. Las partes que formaban tu vida eran flecha y piedras que me presentabas para asegurarte de que llegabas lejos, de que hacías sangre; y yo sólo veía en ellas un avance constante.
Mi niña interior gritaba auxilio de vez en cuando y yo la calmaba haciéndola saber de la cercanía de la etiqueta que tanto ansiaba. Puro cuento. Palabrería, como la tuya.

Te besé intentando ahuyentar todos los miedos mientras tú me desbordabas cada uno de ellos y les proporcionabas el veneno perfecto para hacerse indestructibles. 

Andé con pies de plomo en el suelo de una casa donde empezaste por el tejado. Y me culpé una y mil veces por tropezarme con baldosas de papel.

Te nombré prioridad con notificaciones personalizadas mientras tú me colocabas la última en tu lista de opciones.
Me aprendí tus pasiones deseando formar parte de una de ellas, tú nunca supiste lo que me hacía seguir andando.

Cuando cometiste el ataque terrorista a sabiendas, ni si quiera fuiste capaz de fingir que lo sentías. Que te importaba que estuviese sangrando por cada poro de mi piel.
Tus amigos sin saberlo fueron trozos de tirita que formaron una sola. Y tú, que tenías todo el botiquín en las manos, decidiste llevarlo a casa y apoyarlo en esa estantería de "por si acasos" que guardamos sabiendo que jamás les daremos uso.

Te deseé lo mejor en el epitafio del eco de una puerta que se cierra de golpe, mientras tú me dejabas lo peor en la piel, pillándome los dedos con la misma puerta que yo había querido cerrar.


Después de lo que ha parecido una vida llenita de llantos, he dejado de ver la victoria acordándome de ti. 

Te he visto la derrota en otros labios que no te querían como los míos. Tarjeta roja en hacer como si nada sabiendo el todo que tenían las yemas de mis dedos cuando te acariciaban. Te han expulsado del circuito con una señal de curva peligrosa, porque muchas te van a sonreír a la boca, pero ninguna va a esconder el regalo de un universo tras los dientes como hacía yo.

Hoy he visto tu medalla de oro en daños, y la mirada de quien ha salido perdiendo.

Hoy he visto la foto de mi descalificación, pero también la fuerza en el espejo.

Ayer moví el cursor con tu lista de archivos a la papelera. 
Hoy, después de tanto tiempo, te he mirado ahí dentro, sintiendo que hacía lo correcto. Te he vuelto a seleccionar y he pulsado el botón izquierdo. Ya no queda ni un sólo rastro de lo que un día sentí por ti. Ya no estás. Ya ni eres.

Hoy ya soy.