viernes, 28 de agosto de 2015

La primera bomba nuclear.

Siempre tenías finales alternativos.

Podía besarte,
quedarme con las ganas,
negarme a mirarte a los ojos,
o irme sin decirte ''hasta nunca'' ;
que siempre volverías a aparecer en un semáforo en rojo,
en una guitarra desafinada,
en el espejo roto del desván.

Tú no eras el precipicio,
eras la enfermedad.
La cura tenía el mismo miedo que yo a cruzarse contigo un sábado de madrugada.

Siempre acababas en mi cama,
y yo siempre acababa jodida.

Tenías la puta pistola escondida en tu modo de caminar,
ponías el seguro en cada musa,
conmigo ya no podías aguantarte las ganas de matar.


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