miércoles, 27 de julio de 2016

''Parece una princesa rota a la que estás retratando''.

Lucía pintalabios de gala y vestido de funeral.
El pelo recogido y la vida suelta por todos los pasos de cebra que los semáforos teñían de rojo, porque tenía nombre de catástrofe natural y apellido de kamikaze.
Decía que ella era más infierno que cielo, y por la noche se hacía pasar por ángel de la guarda por el mero morbo de ver soñar a los mortales con el mundo que querían pero no.
Guiñaba el ojo izquierdo a cualquiera que moviese la cabeza al escuchar música, vestía un tacón nuevo y otro roto, y caminaba como a quien se le cae el alma a los pies.
Nadie sabía si le gustaba más el café o el té (aunque ella tenía cara de chocolate caliente), si tomaba azúcar o seguía la moda de parecer una mujer que se cuidaba pidiendo sacarina, ni siquiera cuántas cucharadas echarle.
La vida sí que la tenía descuidada, o eso decían por ahí.
Que quería sin límites y sin cuidado, que saltaba como una loca si sonaba su canción favorita, que cenaba pizza con extra de mozzarella por la noche con la de grasa que tiene y catástrofes tremendas similares.
Si alguien preguntaba a sus vecinos acerca de aquella sonrisa a medio reconstruir, nunca decían que parecía simpática ni que siempre daba los buenos días. Si hubiese sido culpable de un asesinato no lo sería de caras de sorpresa.
Hubo alguien que sí que me habló de ella, alguien con los ojos del espectador del mejor truco de magia.
''Ella es la Luna. Sólo que nadie jamás la ha conquistado''.



 

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