De vuelta a casa,
con los párpados tristes,
mil seiscientas promesas rotas,
y arrastrando los pies;
ella siempre me guardaba abrazos.
Eran de ese tipo,
como una taza de té en invierno,
como meterse en la piscina en pleno agosto,
como llegar a casa y quitarse el sujetador.
Era la más bonita del mundo,
porque sí,
porque la rompieron el corazón demasiadas veces,
porque la destrozaron sin preocuparse,
porque tiene sus batallas,
y aun así, nunca está rota.
La guerra siempre acaba cuando la miro la sonrisa.
La paz llegará a Tierra cuando todos se den cuenta,
de que aunque se crea poca cosa,
marca fuerte allá donde pisa.
Me encanta y me encantas. No más que decir.
ResponderEliminarSi es que eres demasiado mona como para ser verdad.
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