jueves, 29 de octubre de 2015

Siéntate en la ducha. Ya está.

Muchas veces he querido decirte que mojarse con la lluvia a veces es necesario.
 
Hundirte en el pequeño barquito de cáscara de nuez,
dejar que te empape el agua,
y volver a flote siendo tu propio salvavidas.
 
Dejar que se te inunde el corazón,
que limpie la sangre seca de cada vez que te ha dado por sangrar,
que purifique;
y después,
reír lo más fuerte que puedas.
 
Mover la cabeza como si hoy fuese el último día que pudieses escuchar esa increíble canción,
gritar 'te quiero' en el borde de un andén,
pisar las rayas blancas del paso de cebra,
negro, muerte.
 
Llenar la bañera de espuma y agua ardiendo,
follar tres veces en una sola noche,
las caricias del después.
 
Comer cinco caramelos de esos que te tiñen la lengua de azul,
guiñarle un ojo a alguien porque sí,
mirarte al espejo y decir 'joder, hoy me comía a besos'.
Encontrarte en un choque de pupilas con el amor de tu vida,
y preguntarle si te cede la tormenta.

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